Cuando tomamos la decisión de educar en casa, con mi esposo, consideramos la lectura como uno de los pilares de la educación de nuestra hija e hijo. Así pues, siendo los dos ingenieros y no teniendo más que el amor por nuestros hijos como punto de partida en términos de educación infantil, decidimos que yo me encargaría de realizar la investigación de ‘cómo enseñar a leer y a escribir’. Analicé muchos elementos, incluso compramos un curso basado en el método Domman que utilizamos por dos semanas.
Las bondades de cada uno de los métodos que encontraba convencían a mi cabeza pero no a mi corazón; los consideraba aburridos y mi instinto me decía que si para mí era aburrido enseñarles, era casi imposible que ellos lo disfrutaran; ante esto mi cabeza se justificaba repitiendo que los momentos que pasábamos juntos leyendo cuentos y todo lo que lo disfrutábamos, compensarían lo aburrido de aprender a hacerlo.
Así, un día conocí la pedagogía Waldorf, me encantó la idea de esperar hasta los siete años para iniciar el proceso de lecto-escritura y así lo decidí. El conocer una familia que también había optado por esta alternativa (la de Janneth Márquez) debo admitir que me ayudó en gran medida a disminuir el miedo que causaba, no sólo no llevarlos al colegio, sino además no enseñarles a leer como “la sociedad” dice. Mi esposo aceptó posponerlo aunque no muy convencido de que fuera hasta los siete. En ese momento la niña tenía tres años y medio y el niño uno y medio, así que de cualquier forma no pensamos que posponer esa enseñanza causara ningún problema. Continuamos leyendo cuentos, varias veces al día todos los días y disfrutando un montón esos espacios. Al poco tiempo conocimos a Rosario (hija de Ana María González) quien había iniciado autónomamente su proceso de lecto-escritura sin intervención directa de sus padres y eso contribuyó a que mi esposo accediera de mejor gana a esperar más.
Un día encontré un artículo de Funda Lectura en el que decían que “lo importante no es enseñar a leer sino enseñar a amar la lectura”, fue un momento de tranquilidad y emoción… y enviamos el artículo a toda la familia pues la presión de que les enseñara a leer era cada vez más fuerte. Alicia ya tenía casi cinco y Gustavo casi tres y ninguno de los dos mostraba señales de estar leyendo o al menos eso creíamos nosotros. Ambos continuaban amando los momentos que compartíamos leyendo, aunque eran un poco menos frecuentes pues ya teníamos más espacios de compartir con amigos, así que era sólo una vez al día de forma regular y ‘tardes de cuento’ o ‘mañanas de cuento’ esporádicamente, y la ida a la biblioteca una o dos veces al mes.
Así continuamos por los siguientes años, cada vez con más presión familiar para que les ‘iniciara el proceso’ porque solemos creer que los procesos deben ser iniciados por el adulto y yo estaba cada vez más convencida de que no quería intervenir en su proceso. Claro, con mil preguntas en mi interior de si iba por buen camino o debería ‘ceder’, pero contaba con la tranquilidad de ver en Rosario una gran lectora, de ver a Noé (hijo de Janneth) dando sus pinitos de lector. Así que aunque a nadie le gustó seguimos sin interferir en sus respectivos procesos, más allá de compartir momentos especiales en torno a la lectura y contestar y ayudar a escribir todo aquello que querían escribir (yo escribía aquellas palabras y frases que alguno quería escribir en una hoja cualquiera y ellos las copiaban en su propia hoja). A todos los angustiados les dije que si querían agilizar el proceso abrieran espacios en que leyeran cuentos con ellos a lo cual no muchos se sumaron (supongo que ese amor por la lectura no es tan frecuente).
A los seis años y medio de Alicia, yo seguía creyendo que su proceso de lectura estaba apenas iniciando y estaba tratando de convencer a mi corazón que debíamos cumplir el trato con mi esposo y la familia de iniciar un proceso en que yo le enseñara a leer, además gracias a la presión familiar la niña me pidió que por favor le enseñara a leer. Fue cuando en el seminario de Educación Sin Escuela de la Universidad Nacional ví un hilo de esperanza en la conferencia de Alan Thomas. Él investiga los procesos de aprendizaje autónomo y reportaba algunas señales de que un niño está leyendo (supongo que eran muchas más pero creo que sólo recuerdo las que Alicia ya mostraba):
– Leen la guía de la televisión e identifican sus programas– Identifican los nombres de los sitios a los que les gusta ir o con los cuales tienen algún vínculo
– Identifican nombres y palabras que son de su interés en los textos
– ‘Memorizan’ sus cuentos favoritos y los ‘leen’ en voz alta
– Escriben algunas palabras
– Pasan tiempo con los cuentos y dicen que están leyendo (yo personalmente pensaba que Alicia sólo estaba mirando los dibujos)
Así que le dije: mi amor ¿realmente sientes que ya quieres aprender a leer? muy convencida dijo sí y entonces le dije bueno si eso es lo que quieres vamos a leer más y más. Tomamos un tiempo (una hora una vez por semana) en el que las dos solas leíamos una y otra vez sus cuentos favoritos, ella los repetía de memoria y yo le iba señalando con el dedo dónde íbamos en la lectura y cuando no recordaba yo lo leía para ella. Esto la relajó mucho (que era al final lo que yo buscaba) pues cuando en la familia le decían que si yo ya le estaba enseñando a leer, ella contestaba que sí y no nos molestaban más 🙂 Cuando iban a ‘tomar la lección’ yo la mandaba a jugar y cambiaba el tema.
Transcurrió más o menos un mes en ese proceso cuando una mañana dejé los niños en casa de mi mamá para ir a una reunión. Cuando regresé, mi mamá me recibió con los ojos llorosos y me dijo: “¿Por qué no me habías dicho que Alicita ya leía?” a lo que yo contesté: “Porque no sabía que ya leyera”. Le pregunté: “¿Y tú como sabes que Alicita ya lee?”. Me contó que le dijo: “¿Alice te leo un cuento?” Ella le pasó uno y lo leyó de corrido; mi mamá un poco confundida pensó que como tenía tan buena memoria ya lo sabía, así que le pasó uno que la niña no conocía y le dijo: “Ahora léeme este por favor”, y para su gran sorpresa la niña lo leyó. Desde ese momento lee bastante y sola, aunque sigue disfrutando que yo le lea cuentos también (por lo menos una vez al día antes de dormir); cada vez leemos historias de mayor complejidad. Desde el primer momento en que quiso mostrarnos que ya sabía leer leyó casi de corrido, con dificultades y confusiones en la ‘j’ y la ‘g’, la ‘c’, la ‘s’, la ‘k’ y la ‘q’, y casi paralelo a esto también comenzó a escribir. Hoy un año después está comenzando a hacer nuevamente muchas preguntas sobre cómo escribir ciertas cosas por el tema de la ortografía que es su nuevo reto.
Gustavo a sus cinco años y medio ya muestra algunas señales, escribe un par de palabras, reconoce sus programas favoritos en la guía de la televisión, reconoce los nombres y logos de sus sitios favoritos, tiene memorizadas algunas partes de sus cuentos favoritos y las reconoce en el texto… Yo ya estoy tranquila y lo maravilloso es, que al menos en este tema, por ahora no hay presión familiar.
Acompañando a aquellas familias que quieran seguir este camino.Escrito y publicado en enero 22, 2013 para En Familia
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